11 julio, 2006

tiempo de vals...

Me gustan las mujeres de tacones altos, la forma tersa de caminar, como acariciar con los pies desnudos el frío del mármol al derredor de una piscina en invierno, el cuidado que tienen con su cabello y su talle. Como si se transformaran por dentro y su esencia misma se elevara los cinco centímetros que sus talones se separan del suelo, como envolver su esencia en terciopelo color algodón de azúcar, y dejaran volar su femenina presencia entre licor de café y leche tibia. Falda y tacones altos. Una imagen sugerente de belleza grácil y sabor canela que se adivina mientras la cintura torneada se contonea al ritmo de ese tac, tac tan arraigado en la memoria colectiva. Recuerdos de tacones altos y el romper de charcos en días lluviosos de cuando tenía 5 años, y mi madre atravesaba el patio de juegos frente al edificio de departamentos en el cual habitábamos. El tercer piso de una fila de cubos encontrados con una plancha de cemento en el centro, un balcón desde donde pude ver la belleza natural de la mujer en zancos de madera y la prisa dibujada en las cejas mientras el reloj corría y el silencio de la mañana se convertía lentamente en la prisa de la tarde. El ver a la mujer alejarse por los pasillos que salían del patio compartido hacia el estacionamiento, el esperarla mientras pasaba la tarde y mi mejilla se pegaba poco a poco al frío glacial del cristal de la ventana, caer dormido esperando el regreso del golpeteo sobre el cemento. La sorpresa del despertar al escuchar la llave entrar en la puerta. Un giro largo y metálico, la visión de la tarde convertida en rayos de negrura inundando el cielo urbano. La promesa de la caricia amorosa, el vaso de leche y el beso antes de dormir, la tranquilidad de sus uñas surcando mi espalda hasta que mis ojos se perdían en la nada, todo enmarcado por el delicioso sonsonete de su andar. Amo a las mujeres de tacones altos, su presencia elegante y fina de primer actriz de obra seria, su voluptuosidad de bien aceitada maquina sideral al moverse en el espacio, su sonido cadencioso de tambor tribal marcando el compás de la banda sonora de la vida, su estilo visual de saltimbanquis de corte renacentista… La mujer es en sí, elegancia enfundada en pedestales de furor estético, los tacones de la vida.
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The Doctor is at orthopedic dept.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Me quedé sin aliento al leerlo, una sonrisa se dibujó en mis labios desde el principio... al final sólo recordé algo más.

Cómo puede alguien explicar el andar femenino en ese artilugio creado por los caballeros para fascinarse con él?

4:50 p.m.  

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