un desayuno normal
Se despierta la ciudad, sale el mundo a trabajar…
…caminé hasta la puerta del café popular, cerca del centro histórico. La noticia de una nueva decepción nacional enmarcó mi orden; huevos con jamón y frijoles refritos acompañados de un delicioso café con leche y un volován de crema pastelera y fresa fresca me aislaron de la barra, abarrotada de comensales, donde estaba sentado. Es increíble lo que se puede obtener por cuarenta y dos pesos, incluyendo propina, en la urbe más grande del mundo. Hoy salí temprano de mi casa, la ventana aun no me agredía con los violentos azotes de luz natural cuando mis ojos ya estaban viendo el suelo junto al lado derecho de mi cama. Me levanté confundido, sin saber si asaltar el cuarto de baño o revisar los restos de jugo de naranja y vodka que aun reposaban dentro del pepsilindro con la efigie del Papa anterior, el cual uso como recipiente de menjurjes etílicos a fin de no tener que hacer demasiados viajes hasta la botella. Me decidí pues por la regadera, con una breve escala en el bote de jugo de naranja, que, a pesar de saber a fermento, me supo a gloria… (¿Me pregunto como estará Gloria?). Después de un higiénico golpe de lluvia sintética, salí escurriendo pues olvide mi toalla de manos de nuevo sobre la silla de la recamara. Busque una playera que no me hubiera puesto en algunos años, el pantalón más sucio que encontré, calcetines viejos, boxers cómodos, y las botas que me han llevado a conocer el mundo. Dejé a un lado el peine en un acto de rebeldía, pero el desodorante llegó a su lugar designado sin demora. Le di de comer al Chester y al Stinky, mis dos cómplices en la faena etílica, lo cual agradecieron con enormes movimientos de cola autócrata. -me gustaría ser perro, bebieron, a su escala, una mayor cantidad de vodka de la que yo ingerí, pero parece no afectarles, incluso aparentan estar mejor que nunca, ni las pulgas les importan ahora-. Otra escala, ahora en el refrigerador. El vacío glacial de la cajita refrigerante me dio de lleno en la cara. Nada suculento que meter en mi boca, y aun no soy afecto a comer mostaza o bicarbonato de sodio en ayunas. Puse un hielo en mi boca para apaciguar el infierno bíblico que se gestaba en mi garganta y salí a la calle. La avenida constipada de autos y sombras grises a pie, el colectivo repleto, el metro a medio llenar. No tengo lugar exacto a donde ir, solo se que no quiero estar encerrado en mi cuchitril. Me dirigí al centro histórico de la famosa ciudad de México. Caminé entre edificios antiguos y gente que había perdido el reloj. Muchos llegaron tarde hoy, muchos no. Pero hoy es el primer día de mi libertad autoimpuesta. Debo ir a la oficina, me esperan obligaciones y pendientes, pero en su lugar acudí al llamado de los huevos con jamón en un café antiguo de el primer cuadro citadino. No soy feliz, pero estoy tranquilo. Por primera vez en mucho tiempo, tengo oportunidad de respirar el aire antes de pasar en medio de él. Son las 11:40 de la soleada y calurosa mañana. Mi tranquilidad contrasta terriblemente con el bullicio que me rodea. Es hora de enfrentar el mundo. Es hora de llegar a mi jaula. Pero esta vez. Lo haré con la barriga llena y el corazón… el corazón… el corazón no se ha reportado todavía…
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The Doctor is at Cardio department.
…caminé hasta la puerta del café popular, cerca del centro histórico. La noticia de una nueva decepción nacional enmarcó mi orden; huevos con jamón y frijoles refritos acompañados de un delicioso café con leche y un volován de crema pastelera y fresa fresca me aislaron de la barra, abarrotada de comensales, donde estaba sentado. Es increíble lo que se puede obtener por cuarenta y dos pesos, incluyendo propina, en la urbe más grande del mundo. Hoy salí temprano de mi casa, la ventana aun no me agredía con los violentos azotes de luz natural cuando mis ojos ya estaban viendo el suelo junto al lado derecho de mi cama. Me levanté confundido, sin saber si asaltar el cuarto de baño o revisar los restos de jugo de naranja y vodka que aun reposaban dentro del pepsilindro con la efigie del Papa anterior, el cual uso como recipiente de menjurjes etílicos a fin de no tener que hacer demasiados viajes hasta la botella. Me decidí pues por la regadera, con una breve escala en el bote de jugo de naranja, que, a pesar de saber a fermento, me supo a gloria… (¿Me pregunto como estará Gloria?). Después de un higiénico golpe de lluvia sintética, salí escurriendo pues olvide mi toalla de manos de nuevo sobre la silla de la recamara. Busque una playera que no me hubiera puesto en algunos años, el pantalón más sucio que encontré, calcetines viejos, boxers cómodos, y las botas que me han llevado a conocer el mundo. Dejé a un lado el peine en un acto de rebeldía, pero el desodorante llegó a su lugar designado sin demora. Le di de comer al Chester y al Stinky, mis dos cómplices en la faena etílica, lo cual agradecieron con enormes movimientos de cola autócrata. -me gustaría ser perro, bebieron, a su escala, una mayor cantidad de vodka de la que yo ingerí, pero parece no afectarles, incluso aparentan estar mejor que nunca, ni las pulgas les importan ahora-. Otra escala, ahora en el refrigerador. El vacío glacial de la cajita refrigerante me dio de lleno en la cara. Nada suculento que meter en mi boca, y aun no soy afecto a comer mostaza o bicarbonato de sodio en ayunas. Puse un hielo en mi boca para apaciguar el infierno bíblico que se gestaba en mi garganta y salí a la calle. La avenida constipada de autos y sombras grises a pie, el colectivo repleto, el metro a medio llenar. No tengo lugar exacto a donde ir, solo se que no quiero estar encerrado en mi cuchitril. Me dirigí al centro histórico de la famosa ciudad de México. Caminé entre edificios antiguos y gente que había perdido el reloj. Muchos llegaron tarde hoy, muchos no. Pero hoy es el primer día de mi libertad autoimpuesta. Debo ir a la oficina, me esperan obligaciones y pendientes, pero en su lugar acudí al llamado de los huevos con jamón en un café antiguo de el primer cuadro citadino. No soy feliz, pero estoy tranquilo. Por primera vez en mucho tiempo, tengo oportunidad de respirar el aire antes de pasar en medio de él. Son las 11:40 de la soleada y calurosa mañana. Mi tranquilidad contrasta terriblemente con el bullicio que me rodea. Es hora de enfrentar el mundo. Es hora de llegar a mi jaula. Pero esta vez. Lo haré con la barriga llena y el corazón… el corazón… el corazón no se ha reportado todavía…
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The Doctor is at Cardio department.