17 junio, 2006

un desayuno normal

Se despierta la ciudad, sale el mundo a trabajar…


…caminé hasta la puerta del café popular, cerca del centro histórico. La noticia de una nueva decepción nacional enmarcó mi orden; huevos con jamón y frijoles refritos acompañados de un delicioso café con leche y un volován de crema pastelera y fresa fresca me aislaron de la barra, abarrotada de comensales, donde estaba sentado. Es increíble lo que se puede obtener por cuarenta y dos pesos, incluyendo propina, en la urbe más grande del mundo. Hoy salí temprano de mi casa, la ventana aun no me agredía con los violentos azotes de luz natural cuando mis ojos ya estaban viendo el suelo junto al lado derecho de mi cama. Me levanté confundido, sin saber si asaltar el cuarto de baño o revisar los restos de jugo de naranja y vodka que aun reposaban dentro del pepsilindro con la efigie del Papa anterior, el cual uso como recipiente de menjurjes etílicos a fin de no tener que hacer demasiados viajes hasta la botella. Me decidí pues por la regadera, con una breve escala en el bote de jugo de naranja, que, a pesar de saber a fermento, me supo a gloria… (¿Me pregunto como estará Gloria?). Después de un higiénico golpe de lluvia sintética, salí escurriendo pues olvide mi toalla de manos de nuevo sobre la silla de la recamara. Busque una playera que no me hubiera puesto en algunos años, el pantalón más sucio que encontré, calcetines viejos, boxers cómodos, y las botas que me han llevado a conocer el mundo. Dejé a un lado el peine en un acto de rebeldía, pero el desodorante llegó a su lugar designado sin demora. Le di de comer al Chester y al Stinky, mis dos cómplices en la faena etílica, lo cual agradecieron con enormes movimientos de cola autócrata. -me gustaría ser perro, bebieron, a su escala, una mayor cantidad de vodka de la que yo ingerí, pero parece no afectarles, incluso aparentan estar mejor que nunca, ni las pulgas les importan ahora-. Otra escala, ahora en el refrigerador. El vacío glacial de la cajita refrigerante me dio de lleno en la cara. Nada suculento que meter en mi boca, y aun no soy afecto a comer mostaza o bicarbonato de sodio en ayunas. Puse un hielo en mi boca para apaciguar el infierno bíblico que se gestaba en mi garganta y salí a la calle. La avenida constipada de autos y sombras grises a pie, el colectivo repleto, el metro a medio llenar. No tengo lugar exacto a donde ir, solo se que no quiero estar encerrado en mi cuchitril. Me dirigí al centro histórico de la famosa ciudad de México. Caminé entre edificios antiguos y gente que había perdido el reloj. Muchos llegaron tarde hoy, muchos no. Pero hoy es el primer día de mi libertad autoimpuesta. Debo ir a la oficina, me esperan obligaciones y pendientes, pero en su lugar acudí al llamado de los huevos con jamón en un café antiguo de el primer cuadro citadino. No soy feliz, pero estoy tranquilo. Por primera vez en mucho tiempo, tengo oportunidad de respirar el aire antes de pasar en medio de él. Son las 11:40 de la soleada y calurosa mañana. Mi tranquilidad contrasta terriblemente con el bullicio que me rodea. Es hora de enfrentar el mundo. Es hora de llegar a mi jaula. Pero esta vez. Lo haré con la barriga llena y el corazón… el corazón… el corazón no se ha reportado todavía…
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The Doctor is at Cardio department.

16 junio, 2006

Ciudad solitaria...

…comienza cruzando los dedos, luego entrecierra los labios y termina por apretar los parpados. La sensación desaparece por un segundo, pero seguirá ahí por el resto de la noche. La cerveza esparcida por el suelo da una sensación chiclosa adherida a las suelas de tus zapatos negros, los cuales perdieron hace horas ese brillo lustroso que bien valió los diez pesos al viejo de la salida del metro. La ciudad está vacía; fantasmas de seres humanos recorren las aceras en contra flujo a tu camino. No tienen rostro, no tienen forma, solo un aroma tenue a descomposición y aire pesado, el cual dejan detrás de su estela. La luz del cielo ha sido robada, en su lugar nubarrones grises pierden su forma en la masa gaseosa que ahora es el firmamento. El ambiente ha perdido su calor, una sensación de miedo recorre la espina dorsal de aquellas sombras que osaron salir de casa sin paraguas. La ciudad esta sola; es difícil imaginar que todo tiene que terminar en algún momento, y que esta vez podría ser la ultima. Tal vez no volverás a ver los amarillos rayos del astro rey surcar el azul de la cúpula, o el café con leche derramado en la pared entre ángulos y apotemas. El anatema podría ser nunca más escuchado, y la voz que retumba en tus oídos se diluirá en el tiempo. Desaparecerá sin dejar rastro. La ciudad esta fría; tus suelas de goma no son reto para el cemento de la acera, no dejaras huella por donde caminas pues muchos han andado por ahí; y a fuerza de ser pisado, el suelo es duro como la urbe misma. Debiste bailar de nuevo esa pieza, debiste haber volteado y no huir envuelto en terror, porque es difícil entender que no habrá otro momento igual. Y la extrañaras, sabes que lo harás. Y los días culminaran en noches sin estrellas y sombras sin esperanza, y el pan se endurecerá en la bolsa, y el agua se secará, y la manzana se pudrirá, y la vida no será igual. La ciudad habrá cambiado, y todo lo que tienes de pronto no estará ahí. Estarás solo. Afligido y solo. Triste y solo. Hambriento y solo. Enojado y solo. Abandonado y solo. Solo.
Y en tu soledad te convertirás otra vez en la grande, dura y hermosa ciudad que reposa bajo tus pies. Te volverás de nuevo una sombra con aroma de smog y cenicero. Te vestirás tu túnica gris y te pondrás de nuevo tu sonrisa de fatuo, y una vez mas te volverás uno con la ciudad. Volverás a la fuerza original. Llegarás a casa. Volverás a tu tortura y a tu hábitat natural. Estarás rodeado pero estarás solo. Solo de nuevo. En tu grandiosa, hermosa y solitaria ciudad…
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The doctor is alone...